El 10 de febrero, un antiguo sicario conocido como «El Mono», que ahora está libre tras cumplir una condena de 12 años en Nueva York, oyó que alguien gritaba en las oficinas del registro de la propiedad de Medellín: «Griselda Blanco, acérquese a la ventanilla, por favor».
Desde una silla se acercó a la ventanilla una señora bajita, desaliñada, de edad avanzada, con pantalón sastre, pelo canoso y gafas redondas y oscuras. El Mono no podía creer lo que estaba viendo. «No puede haber dos Griselda Blancos. Sólo hay una Griselda Blanco y es la Reina de la Cocaína», pensó mientras meditaba si debía saludarla o seguir con sus asuntos.
El Mono conoció a Griselda en 1976, cuando tenía 17 años. La última vez que vio a «la tía», o «la madrina», como también la conocían, fue hace más de 30 años, en una fiesta que ella organizó con el propósito de asesinar a cuatro invitados especiales.
«Tenía una hermosa casa rancho cerca del pueblo de San Cristóbal ,» recuerda. A mitad de la fiesta y con el salón principal lleno, Griselda pidió que mataran a los cuatro muchachos porque eran sospechosos de traición. «Los fusilaron y los cuerpos fueron cargados en un camión y llevados a un basurero», continúa. Y, en lo que parecía una escena de El Padrino , Griselda anunció a sus invitados: «Aquí no ha pasado nada, así que sigamos con la fiesta»
Uno de sus maridos, Alberto Bravo, murió en un tiroteo con ella
Es difícil para El Mono decir quién tuvo más sangre fría: Pablo Escobar o Griselda Blanco.
Blanco nació el 15 de febrero de 1943 en Cartagena. Llegó de adolescente al barrio Antioquia de Medellín y fue allí donde conoció a su primer marido, un hombre que respondía al nombre de Darío Pestañas.
En ese suburbio, Griselda comenzó su negocio de cocaína en una época en la que Escobar era apenas un aprendiz de contrabandista. En el barrio Antioquia dicen que había un zapatero muy famoso llamado Toño, a quien la madrina instruyó una vez: «Toño, necesito que cojas estos zapatos, y este polvo en los tacones. Y después necesito que hagas lo mismo con los zapatos de mi esposo».
Sea o no cierta la historia, Griselda comenzó a traficar grandes cargamentos de cocaína a Miami y se hizo rica de la noche a la mañana. Su familia se compró Toyotas y BMW, y sus hijos pudieron ir a escuelas de alto precio en una época en la que el tráfico de drogas no era el azote que es hoy.
Las historias de las excentricidades de Griselda han florecido en libros y documentales. Un autor dijo en un perfil que una vez compró diamantes que pertenecían a Eva Perón. Carlos, un veterano periodista, que prefiere no usar su nombre completo para este artículo, la conoció en 1981, cuando comenzaba la secundaria.
«Estudié con sus sobrinos: Mauricio y Edison Mahomed. Una vez nos llevaron a ver la casa de la tía. Lo más impresionante era que la puerta se abría con un mando a distancia. Eso, en aquella época, era una locura»
Pero fue su relación con los maridos lo que evocó el mito maligno de Griselda. ¿Cuántos maridos fueron asesinados? «¿Matados? Sólo dos. Otro apareció muerto, pero nunca lograron averiguar la verdad», dice El Mono.
Carlos Trujillo, falsificador de documentos y padre de tres hijos de Griselda, murió en 1970. Luego vino Alberto Bravo, que murió en un tiroteo con ella. Un cuarto hijo, llamado Michael Corleone en honor a las películas de El Padrino, mató a su amante Jesús Castro.
En esos años la Reina de la Cocaína nunca dejó de traficar. Tenía sedes no sólo en Tallahassee, Kendall y Fort Lauderdale (Florida), sino también en Nueva York. Su nombre, o más bien su rastro, se convirtió en una obsesión para la agencia antidroga estadounidense (DEA). Y el 30 de abril de 1975, por primera vez, un tribunal estadounidense presentaría cargos contra ella.
El 17 de febrero de 1985, el agente especial de la DEA Robert Pombo la alcanzó finalmente en Irving, California. Mientras cumplía condena, había intentado organizar el secuestro de John F. Kennedy Jr. Tras 15 años de prisión, y tras pagar una multa de 25.000 dólares, fue liberada en 2004 y deportada a Colombia. Nadie supo qué fue de ella -los periodistas no pudieron localizar a la Reina de la Cocaína- hasta aquel día de febrero en que El Mono escuchó su nombre en el registro de la propiedad. Decidió saludarla y ella le dio su número de teléfono. Pero nunca llamó. Decidió que era mejor no saber nada de Griselda Blanco, porque después de tantas batallas, estaba seguro de que ella misma sería asesinada tarde o temprano.
El fallecimiento de la mujer de 69 años se produjo el 3 de septiembre. Blanco había ido a la otra parte de la ciudad a comprar carne. Nadie sabía que esta anciana, aparentemente amable y simpática, era en parte responsable del terror que sacudió a Medellín, Miami y Nueva York durante casi dos décadas.
Allí estaba la Reina de la Cocaína, ensimismada, viviendo en el anonimato los últimos años de su vida, y sentada en un taburete de un frigorífico del barrio Belén, al suroeste de Medellín. Los investigadores siguen perplejos por qué Griselda encargó ese día carne por valor de 300.000 pesos» (unos 130 euros).
Eran las tres de la tarde cuando un joven entró, sin quitarse el casco de la moto, mirando a su alrededor hasta encontrar a Griselda. Entonces sacó un revólver y le disparó dos veces en la cabeza. Media hora más tarde, Griselda moría en un hospital cercano, ni multimillonaria aún en su pompa, ni sin dinero como en su juventud.
«¿Pobre? Escuche esto: usted y yo somos pobres», dijo un policía. «Iba por ahí conduciendo su mazdita y cobrando el dinero de los arrendamientos de las propiedades que aún poseía. También vendía un edificio por 1.500 millones de pesos.»
Dos días después su cuerpo fue colocado en un ataúd decorado con diseños arabescos dorados. Fue enterrada en el cementerio Jardines de Montesacro -el mismo lugar de descanso de Pablo Escobar-. Dos autobuses llenos de niños del barrio de Antioquia -el suburbio en el que Griselda trabajó como prostituta y narcotraficante, y se ganó la reputación de asesina de maridos, pero también donde repartía regalos a los niños necesitados en Navidad- acudieron a presentar sus respetos.
Griselda se convirtió en una de esas vergonzosas leyendas que se engendraron durante el vergonzoso pasado de Colombia. Los dolientes se pasaban una botella de aguardiente, llorando: «Tía, no nos dejes»
El periodista colombiano José Guarnizo ha sido reportero de investigación de El Colombiano y en 2011 ganó el Premio de Periodismo Rey de España.