Ya sea que el vino, la cerveza o los licores sean más de su agrado, estas bebidas alcohólicas tienen una cosa en común: todas ellas contienen alcohol, lo que significa que todas han pasado por el proceso de fermentación. La fermentación es un término bastante utilizado en la industria del alcohol y, aunque el concepto general es relativamente sencillo de entender, muchos bebedores no son plenamente conscientes de los entresijos de este proceso esencial de creación de alcohol.
La fermentación alcohólica, también conocida como fermentación del etanol, es un proceso biológico por el cual el azúcar se convierte en alcohol y dióxido de carbono. Las levaduras son las responsables de este proceso, y el oxígeno no es necesario, lo que significa que la fermentación alcohólica es un proceso anaeróbico. Los subproductos del proceso de fermentación son el calor, el dióxido de carbono, el agua y el alcohol. En este caso, nos centramos en este último.
Los humanos han utilizado el proceso de fermentación del etanol durante milenios. Los antiguos griegos eran conocidos por su producción de hidromiel, que se producía mediante la fermentación de miel y agua. Sin embargo, desde entonces, la miel ha pasado a un segundo plano en favor de otros productos alimenticios, sobre todo los cereales (para la cerveza y los licores) y las uvas (para el vino). Otros productos base son otras frutas, como las bayas, las manzanas, etc., el arroz (para el sake) y otros.