En el cambio de siglo, animados por las ideas de libertad personal y política y por la energía y sublimidad del mundo natural, artistas e intelectuales trataron de romper las ataduras de las convenciones del siglo XVIII. Aunque las obras de Jean Jacques Rousseau y William Godwin ejercieron una gran influencia, la Revolución Francesa y sus consecuencias fueron las que más impacto tuvieron. En Inglaterra, el apoyo inicial a la Revolución fue principalmente utópico e idealista, y cuando los franceses no cumplieron las expectativas, la mayoría de los intelectuales ingleses renegaron de la Revolución. Sin embargo, la visión romántica había tomado otras formas además de la política, y éstas se desarrollaron rápidamente.
En las Baladas líricas (1798 y 1800), que marcaron un hito en la historia de la literatura, William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge presentaron e ilustraron una estética liberadora: la poesía debía expresar, en un lenguaje genuino, la experiencia filtrada a través de la emoción y la imaginación personales; la experiencia más verdadera debía encontrarse en la naturaleza. El concepto de lo sublime reforzó este giro hacia la naturaleza, porque en los paisajes salvajes el poder de lo sublime podía sentirse de forma más inmediata. El romanticismo de Wordsworth se materializa probablemente de forma más completa en su gran poema autobiográfico, El Preludio (1805?50). En busca de momentos sublimes, los poetas románticos escribieron sobre lo maravilloso y sobrenatural, lo exótico y lo medieval. Pero también encontraron la belleza en la vida de la gente sencilla del campo y en aspectos del mundo cotidiano.
La segunda generación de poetas románticos incluyó a John Keats, Percy Bysshe Shelley y George Gordon, Lord Byron. En las grandes odas de Keats, la sensibilidad intelectual y emocional se funden en un lenguaje de gran poder y belleza. Shelley, que combinaba un elevado lirismo con una visión política apocalíptica, buscaba efectos más extremos y a veces los conseguía, como en su gran drama Prometheus Unbound (1820). Su esposa, Mary Wollstonecraft Shelley, escribió el mayor de los romances góticos, Frankenstein (1818).
Lord Byron fue el prototipo de héroe romántico, la envidia y el escándalo de la época. Se le ha identificado continuamente con sus propios personajes, sobre todo con el rebelde, irreverente y erótico Don Juan. Byron dotó a la lírica romántica de una ironía racionalista. Entre los poetas románticos menores se encuentran Robert Southey -más recordado hoy en día por su cuento Ricitos de oro y los tres osos-, Leigh Hunt, Thomas Moore y Walter Savage Landor.
La época romántica también fue rica en crítica literaria y en otras prosas no ficticias. Coleridge propuso una influyente teoría de la literatura en su Biographia Literaria (1817). William Godwin y su esposa, Mary Wollstonecraft, escribieron libros innovadores sobre los derechos humanos y de la mujer. William Hazlitt, que nunca abandonó el radicalismo político, escribió una crítica literaria brillante y astuta. El maestro del ensayo personal fue Charles Lamb, mientras que Thomas De Quincey lo fue de la confesión personal. Las publicaciones periódicas Edinburgh Review y Blackwood’s Magazine, en las que publicaron destacados escritores a lo largo del siglo, fueron importantes foros de controversia, tanto política como literaria.
Aunque la gran novelista Jane Austen escribió durante la época romántica, su obra desafía la clasificación. Con perspicacia, gracia e ironía, delineó las relaciones humanas en el contexto de la vida rural inglesa. Sir Walter Scott, nacionalista escocés y romántico, popularizó el género de la novela histórica. Otros novelistas de la época fueron Maria Edgeworth, Edward Bulwer-Lytton y Thomas Love Peacock, este último conocido por sus excéntricas novelas que satirizaban a los románticos.
- Introducción
- Los Tudor y la era isabelina
- La era jacobea, Cromwell y la Restauración
- El siglo XVIII
- El período romántico
- La época victoriana
- Los primeros años del siglo XX
- La época de la posguerra hasta el presente
- Bibliografía