Los resultados de un estudio dirigido por el Johns Hopkins han identificado una posible relación entre un historial de caídas bruscas de la presión arterial y la forma más común de latidos irregulares.
El estudio sugiere que un episodio de hipotensión ortostática -una caída brusca de la presión arterial que se produce cuando una persona se pone de pie después de estar acostada- parece estar asociado a un aumento general del 40 por ciento en el riesgo de desarrollar fibrilación auricular en las dos décadas siguientes.
Aunque con una sencilla y económica prueba en la consulta del médico se puede comprobar la existencia de hipotensión ortostática, los investigadores advierten que la afección en sí no suele requerir tratamiento, ni han demostrado que sea una causa de la fibrilación auricular.
Además, señalan que, dado que la fibrilación auricular suele estar presente sin causar síntomas perceptibles, algunas personas pueden tener ya la alteración del ritmo antes de un episodio de hipotensión ortostática, aunque intentaron excluir a esos sujetos del estudio.
Pero los investigadores afirman que sus hallazgos sugieren la necesidad de realizar más estudios y que los médicos que diagnostican la hipotensión ortostática en sus pacientes deben estar más atentos a la fibrilación auricular. Esta arritmia es una afección infradiagnosticada que quintuplica el riesgo de ictus, así como el de insuficiencia cardiaca y demencia. Las personas con fibrilación auricular suelen ser tratadas con anticoagulantes para reducir el riesgo de ictus y con otros medicamentos que regulan la frecuencia y el ritmo de los latidos del corazón. Los resultados se publicaron la semana pasada en la revista PLOS ONE.
«Esperamos que nuestra investigación sensibilice a los médicos sobre la posible relación entre la hipotensión ortostática y la fibrilación auricular, y que den un paso más para ver si ocurre algo más grave cuando los pacientes experimentan fluctuaciones rápidas de la presión arterial», afirma el director del estudio, el doctor Sunil K. Agarwal, de la División de Medicina Interna General de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins. «Queremos que esto aparezca en sus pantallas de radar».
Para el estudio, los investigadores siguieron a 12.071 hombres y mujeres afroamericanos y blancos de entre 45 y 64 años de edad que se inscribieron en el estudio Atherosclerosis Risks in Communities (ARIC). Entre 1987 y 1989, cada sujeto tuvo una visita de referencia en la que se recogió información sobre indicadores socioeconómicos, historial médico, antecedentes familiares, factores de riesgo de enfermedades cardiovasculares, química sérica, electrocardiogramas (ECG), uso de medicamentos y antropometría. Se realizaron tres visitas de seguimiento, así como entrevistas telefónicas anuales y una vigilancia activa de las hospitalizaciones y la muerte.
Al 5% de los sujetos (603 de ellos) se les diagnosticó un rápido descenso de la presión arterial al pasar de estar tumbados a estar de pie. Los autores definieron la hipotensión ortostática como una caída de 20 mmHg o más en la presión arterial sistólica o un descenso de al menos 10 mmHg en la presión diastólica. Se excluyó del estudio a quienes tenían antecedentes o síntomas de fibrilación auricular al inicio del estudio.
Durante un seguimiento medio de 18,1 años, 1.438 (11,9%) de los participantes en el estudio desarrollaron fibrilación auricular. Aquellos con hipotensión ortostática, después de tener en cuenta factores como la raza, la edad, el sexo y otros factores de riesgo comunes para la arritmia, tenían un 40 por ciento más de probabilidades de desarrollar un latido irregular que aquellos sin hipotensión ortostática. La fibrilación auricular se identificó mediante ECG de 12 derivaciones registrados durante tres visitas de seguimiento a intervalos de tres años hasta 1998, y mediante hospitalizaciones y/o certificados de defunción hasta 2010.
El aumento del 40 por ciento del riesgo asociado a la fibrilación auricular para los pacientes con presión arterial fluctuante fue el mismo aumento del riesgo asociado a los sujetos que tenían diabetes o presión arterial alta.
La fibrilación auricular es el tipo más común de arritmia, o problema con la frecuencia o el ritmo del corazón. Durante una arritmia, el corazón puede latir demasiado rápido, demasiado lento o con un ritmo irregular.
La fibrilación auricular afecta a aproximadamente 3 millones de personas en Norteamérica, y se prevé que la prevalencia se duplique para el año 2050. Se produce cuando las cavidades superiores del corazón, las aurículas, laten de forma caótica y, por lo general, rápida, sin coordinación con las dos cavidades inferiores del órgano. Durante los episodios de fibrilación auricular, la sangre puede acumularse de forma inadecuada en la cámara superior, formando coágulos que pueden viajar al cerebro y dificultar la función saludable del corazón, afirma Agarwal.
Se ha demostrado que el tratamiento con anticoagulantes reduce drásticamente el riesgo de ictus en estos pacientes a más de la mitad, pero muchos no toman la medicación porque desconocen que padecen la enfermedad. Los síntomas incluyen palpitaciones, dificultad para respirar y debilidad.
Agarwal afirma que los médicos no realizan pruebas rutinarias para detectar la hipotensión ortostática. La prueba se realiza haciendo que el paciente se tumbe durante dos o cinco minutos mientras se le toma la tensión arterial varias veces, y luego se levanta y se le vuelven a tomar las mismas lecturas al cabo de dos minutos. A veces, un paciente con hipotensión ortostática se siente aturdido y mareado al ponerse de pie, pero no siempre.
«Necesitamos investigar más sobre si existe algún tipo de relación causal entre la hipotensión ortostática y la fibrilación auricular, o si es simplemente un marcador de disfunción del sistema nervioso autónomo o de mala salud en general», afirma.
Esta investigación fue patrocinada por el Instituto Nacional del Corazón, los Pulmones y la Sangre de los Institutos Nacionales de la Salud (N01-HC-55015, 55016, 55018, 55019, 55020, 55021 y 55022 y T32-HL-007779 y T32HL007024). La American Heart Association (09SDG2280087) aportó financiación adicional para este estudio.
En este estudio también participaron investigadores de la Clínica Mayo, la Universidad de Minnesota, la Universidad de Carolina del Norte y la Facultad de Medicina de la Universidad Wake Forest. Otros investigadores del Johns Hopkins son Seamus P. Whelton, M.D., M.P.H., y Josef Coresh, M.D., Ph.D.