Es un binomio que simboliza una época de hedonismo: Frank Sinatra y Las Vegas. Una ciudad sobre la que Sinatra imperaba espiritualmente, como refleja el libro Rat pack: viviendo a su manera (Editorial Almuzara), que firma el periodista Javier Márquez Sánchez. Su edición coincide con la salida de Frank Sinatra…Vegas (Reprise/Warner), una caja con cuatro CDs y un DVD, un total de cinco conciertos inéditos realizados allí entre 1961 y 1987.
En 1965, al reportero Gay Talese le llegó la gran oportunidad. Ayudado por su buena reputación (y su origen italiano), consiguió lo imposible: acceso ilimitado a Frank Sinatra y su familia. La síntesis de aquellas semanas de convivencia y viajes se publicó al año siguiente en Esquire, bajo el título de Frank Sinatra tiene un resfriado. Es seguramente la mejor crónica periodística del Sinatra maduro y su estilo de vida: Talese se hizo invisible y captó momentos de chulería barriobajera -la absurda gresca del cantante con el escritor Harlan Ellison- e instantes de triunfo personal, como la grabación del disco Moonlight Sinatra. Talese clavó el carisma del crooner: «Parecía ser ahora la encarnación del macho totalmente emancipado, tal vez el único caso en América, el hombre que puede hacer cualquier cosa que quiera, lo que sea, que puede hacerlo ya que tiene el dinero, la energía y -aparentemente- ningún sentido de culpabilidad».
A principios de los setenta disfrutaba de acceso a la Casa Blanca y a la mafia
Sinatra fue decisivo a la hora de eliminar las barreras raciales en los hoteles-casino
Puede que, para entonces, Frank ya hubiera dejado atrás la cima de su poder. En su libro sobre el rat pack, Javier Márquez lo sitúa a principios de los años sesenta, cuando disfrutaba de acceso a la Casa Blanca y a la mafia, mundos que enlazaba al ejercer de celestino tanto de John F. Kennedy como del peligroso Sam Giancana (incluso con la misma mujer, Judith Campbell). Una posición difícil de mantener, ya que los Kennedy eran conscientes del desgaste político que suponía asociarse íntimamente al gran libertino. Y Sinatra exhibía lealtad ilimitada al tal Giancana, aunque éste fuera un patán. Lo demostró una noche en México, al agredir a dos miembros destacados de la «pandilla de ratas», Shirley MacLaine y Sammy Davis Jr., por la «ofensa» de no querer comer pasta cuando a él le apetecía.
Para el rat pack, Las Vegas era su patio del recreo. Sinatra tomó literalmente la ciudad en 1961, al combinar el rodaje de Ocean»s eleven (aquí, La cuadrilla de los once) con una serie de apariciones de la plana mayor de la pandilla -Sinatra prefería denominarlo The Summit, La Cumbre- en el hotel Sands. En realidad, los compromisos profesionales quedaron en segundo plano ante el objetivo principal: divertirse a fondo y ejercer de anfitriones para la nube de famosos y poderosos que volaron hasta Nevada.
Los espectáculos de The Summit no eran estrictamente musicales: en esencia, se trataba de una comedia donde Sinatra y compañía exageraban su imagen pública; el humor tendía hacia lo cruel y nadie se libraba. Cuando Frank se presentaba en solitario, se mantenían algunos chistes lamentables pero la música mandaba. Lo evidencian los cinco conciertos íntegros recogidos en Frank Sinatra…Vegas, donde el vocalista suele mencionar a los compositores de su repertorio y manifiesta un (comprensible) entusiasmo cuando le respalda, por ejemplo, esa rotunda máquina de swing que era la orquesta de Count Basie, dirigida por Quincy Jones. Un inciso: Frank fue decisivo a la hora de eliminar las barreras raciales en los hoteles-casinos, que contrataban a artistas negros pero no dejaban que se alojaran allí.
Pero la simbiosis entre Sinatra y Las Vegas se malogró: las autoridades del juego en Nevada no apreciaban su amistad con Giancana y otros gánsteres. El cantante terminaría alejándose, con mucho estruendo, aunque Frank Sinatra…Vegas recuerda que, menos altanero, volvió para actuar allí en los ochenta.
Javier Márquez articula su texto alrededor de la Together again tour, de 1988, cuando Sinatra pretendió revivir los años de gloria resucitando The Summit para grandes recintos, sin ocultar que se trataba de hacer caja con vista a las jubilaciones. El capo no supo entender la magnitud del distanciamiento de Dean Martin, demasiado golpeado por la muerte de su hijo piloto y nunca excesivamente motivado como artista. Al poco de comenzar, un apático Dino abandonaba la gira, que se vio obligada a reclutar urgentemente a Liza Minnelli y rebautizarse The ultimate event. Fue el final metafórico de una era masculina: en los 10 años siguientes, el rat pack se iría extinguiendo físicamente
* Este artículo apareció en la edición impresa del viernes, 10 de noviembre de 2006.