Aristóteles consideraba la psicología como una parte de la filosofía natural, y escribió mucho sobre la filosofía de la mente. Este material aparece en sus escritos éticos, en un tratado sistemático sobre la naturaleza del alma (De anima), y en una serie de monografías menores sobre temas como la percepción de los sentidos, la memoria, el sueño y los sueños.
Para el biólogo Aristóteles, el alma no es -como en algunos escritos de Platón- un exilio de un mundo mejor mal alojado en un cuerpo vil. La esencia misma del alma se define por su relación con una estructura orgánica. No sólo los humanos, sino también las bestias y las plantas tienen alma, principios intrínsecos de la vida animal y vegetal. Un alma, dice Aristóteles, es «la actualidad de un cuerpo que tiene vida», donde vida significa la capacidad de autosustentación, crecimiento y reproducción. Si se considera una sustancia viva como un compuesto de materia y forma, entonces el alma es la forma de un cuerpo natural -o, como dice Aristóteles a veces, orgánico-. Un cuerpo orgánico es un cuerpo que tiene órganos, es decir, partes que tienen funciones específicas, como la boca de los mamíferos y las raíces de los árboles.
Las almas de los seres vivos están ordenadas por Aristóteles en una jerarquía. Las plantas tienen un alma vegetativa o nutritiva, que consiste en las facultades de crecimiento, nutrición y reproducción. Los animales tienen, además, las facultades de percepción y locomoción; poseen un alma sensitiva, y cada animal tiene al menos una facultad sensorial, siendo el tacto la más universal. Todo lo que puede sentir puede sentir placer; por lo tanto, los animales, que tienen sentidos, también tienen deseos. Los humanos, además, tienen la facultad de la razón y el pensamiento (logismos kai dianoia), lo que puede llamarse alma racional. El modo en que Aristóteles estructuró el alma y sus facultades influyó no sólo en la filosofía sino también en la ciencia durante casi dos milenios.
El concepto teórico de alma de Aristóteles difiere del de Platón, anterior a él, y del de René Descartes (1596-1650), posterior a él. El alma, para él, no es un agente interior inmaterial que actúa sobre un cuerpo. El alma y el cuerpo no son tan distintos el uno del otro como la impresión de un sello es distinta de la cera en la que se imprime. Las partes del alma, además, son facultades, que se distinguen entre sí por sus operaciones y sus objetos. La facultad de crecer es distinta de la facultad de sentir porque crecer y sentir son dos actividades diferentes, y el sentido de la vista difiere del sentido del oído no porque los ojos sean distintos de los oídos sino porque los colores son distintos de los sonidos.
Los objetos de los sentidos son de dos clases: los que son propios de sentidos particulares, como el color, el sonido, el gusto y el olfato, y los que son perceptibles por más de un sentido, como el movimiento, el número, la forma y el tamaño. Uno puede saber, por ejemplo, si algo se mueve observándolo o sintiéndolo, por lo que el movimiento es un «sensible común». Aunque no existe un órgano especial para detectar los sensibles comunes, hay una facultad que Aristóteles llama «sentido central». Cuando uno se encuentra con un caballo, por ejemplo, puede verlo, oírlo, sentirlo y olerlo; es el sentido central el que unifica estas sensaciones en percepciones de un único objeto (aunque el conocimiento de que este objeto es un caballo es, para Aristóteles, una función del intelecto más que del sentido).
Además de los cinco sentidos y del sentido central, Aristóteles reconoce otras facultades que más tarde se agruparon como los «sentidos internos», especialmente la imaginación y la memoria. Sin embargo, incluso en el nivel puramente filosófico, los relatos de Aristóteles sobre los sentidos internos son poco gratificantes.
Al mismo nivel dentro de la jerarquía que los sentidos, que son facultades cognitivas, existe también una facultad afectiva, que es el lugar del sentimiento espontáneo. Es una parte del alma básicamente irracional, pero capaz de ser controlada por la razón. Es el lugar del deseo y la pasión; cuando se somete a la razón, es la sede de las virtudes morales, como el valor y la templanza. El nivel más alto del alma está ocupado por la mente o la razón, el lugar del pensamiento y el entendimiento. El pensamiento difiere de la percepción de los sentidos y es la prerrogativa, en la tierra, de los seres humanos. El pensamiento, al igual que la sensación, consiste en emitir juicios; pero la sensación se refiere a lo particular, mientras que el conocimiento intelectual se refiere a lo universal. El razonamiento puede ser práctico o teórico, y, en consecuencia, Aristóteles distingue entre una facultad deliberativa y otra especulativa.
En un pasaje notoriamente difícil del De anima, Aristóteles introduce otra distinción entre dos tipos de mente: una pasiva, que puede «convertirse en todas las cosas», y otra activa, que puede «hacer todas las cosas». La mente activa, dice, es «separable, impasible y no mezclada». En la antigüedad y la Edad Media, este pasaje fue objeto de interpretaciones muy diferentes. Algunos -sobre todo entre los comentaristas árabes- identificaban el agente activo separable con Dios o con alguna otra inteligencia sobrehumana. Otros -particularmente entre los comentaristas latinos- consideraron que Aristóteles estaba identificando dos facultades diferentes dentro de la mente humana: un intelecto activo, que formaba conceptos, y un intelecto pasivo, que era un almacén de ideas y creencias.
Si la segunda interpretación es correcta, entonces Aristóteles está reconociendo aquí una parte del alma humana que es separable del cuerpo e inmortal. Aquí y en otras partes se detecta en Aristóteles, además de su noción biológica estándar del alma, un residuo de una visión platónica según la cual el intelecto es una entidad distinta y separable del cuerpo. Nadie ha producido una reconciliación totalmente satisfactoria entre las tensiones biológicas y trascendentes en el pensamiento de Aristóteles.