Uno de mis sonidos favoritos en el mundo es la voz del difunto comediante Bernie Mac. A menudo pienso en una de sus primeras actuaciones, en el programa de monólogos de los noventa «Def Comedy Jam». El número, que dura algo menos de seis minutos, tiene una estructura similar a la de una canción: después de cada grupo de dos o tres chistes, Mac grita «¡Patéalo!» y suena un fragmento de hip-hop cursi y con mucha batería. Entre estas puntuaciones, adopta posturas que encajarían tan cómodamente en un blues de doce compases como en el escenario poco iluminado de Def Jam: bravuconería sexual, deleite profano, autodesprecio astuto, consternación y confusión creciente ante un mundo que cambia rápidamente. «No he venido aquí a hacer ninguna tontería», dice al principio del concierto, con su doble negación, que indica una actitud juguetona y amenazadora a partes iguales. «No lo entiendes», repite una y otra vez, a veces alargando «entender» en cuatro o cinco sílabas. Luego, con una ira rápida e hilarante, como la de Jackie Gleason: «No me dais miedo, hijos de puta». La «r» de «scared» es apenas audible, y la subsiguiente blasfemia es un fluido y desechado «muhfuckas».
Bernie Mac es, en otras palabras -y esta es la fuente de mi amor-, un experto hablante del inglés negro, que es el tema del reciente libro «Talking Back, Talking Black» (Bellevue), del lingüista, escritor y profesor de Columbia John McWhorter. En el libro, McWhorter ofrece una explicación, una defensa y, lo que es más alentador, una celebración del dialecto que se ha convertido, según él, en una lingua franca estadounidense.
El debut de McWhorter como intelectual público se produjo hace veinte años, cuando estalló un conflicto en torno a una propuesta de utilizar el inglés negro -entonces llamado ebánico- como herramienta de enseñanza en las escuelas públicas de Oakland, California. La idea fue ridiculizada con rotundidad. El ebánico, decían, era simplemente una colección de «jerga y mala gramática», lo que no era suficiente para constituir un idioma. El tertuliano de la televisión Tucker Carlson, en un alarde típicamente desagradable, calificó el inglés negro de «lengua en la que nadie sabe conjugar los verbos», recuerda McWhorter. La punzante reacción desconcertó a los lingüistas, que desde hacía tiempo apreciaban -y empezaban a estudiar seriamente- la «languidez» del inglés negro y otras variantes del habla informal, como el patois jamaicano, el alemán suizo y el criollo haitiano. McWhorter, que es negro, enseñaba entonces en la cercana U.C. Berkeley, y tenía un interés académico de larga data en el habla negra. Se convirtió, gracias a su raza y a su proximidad física al alboroto, en la autoridad más destacada en cuanto a la validez del inglés negro como lengua.
Desde entonces, McWhorter se ha forjado una carrera fuera de la academia como populista extravagante, comprometido con la defensa de las novedades lingüísticas a menudo ridiculizadas como erróneas o como presagio de un relajamiento de las normas. Ve en esas innovaciones la prueba de la única constante del lenguaje: su infinita mutabilidad y su correspondiente capacidad de sorprender. Presenta el popular podcast de lingüística de Slate, «Lexicon Valley», y, en otro libro reciente, «Words on the Move» (Henry Holt), escribe con aceptación de tendencias como el «uptalk» (la tendencia a terminar las oraciones declarativas con el tono de voz ascendente que suele acompañar a una pregunta) y el salpicado de «like» en el discurso de los estadounidenses más jóvenes. McWhorter no admite ninguna condescendencia con la chica del valle. «Los estadounidenses», se lamenta en «Talking Back, Talking Black», «tienen problemas para comprender que cualquier forma vernácula de hablar es un lenguaje legítimo».
«Talking Back, Talking Black», pues, es una especie de apología. En cinco breves ensayos, McWhorter demuestra la «legitimidad» del inglés negro descubriendo su complejidad y sofisticación, así como el viaje que aún se está desarrollando y que ha llevado a su creación. También reprende con delicadeza a sus colegas lingüistas por su incapacidad para presentar argumentos convincentes a favor de la lengua vernácula. En su opinión, se han equivocado al hacer hincapié en la «sistematicidad», es decir, en el hecho de que las particularidades de una lengua «no son aleatorias, sino que se basan en reglas». Un ejemplo muy citado de sistematicidad en el inglés negro es el útil «habitual ‘be'», por el que, a pesar de la broma de Carlson, la formulación «She be passin’ by» contiene mucho más que un verbo no conjugado. Ese «be» desnudo», explica McWhorter, «es muy específico; significa que algo ocurre de forma habitual, más que algo que está ocurriendo ahora mismo». Y añade: «Ninguna persona negra diría ‘She be passin’ by right now’, porque eso no es lo que se supone que significa be en esa frase. Más bien sería ‘Ella pasa todos los martes cuando estoy a punto de salir'». «Un error para los oídos no entrenados, el habitual «be» es, «de todas las cosas, gramática».
Por muy lógicos que sean, ejemplos como estos no han conseguido ganarse el respeto, porque para la mayoría de los estadounidenses la gramática no se refiere al seguimiento de las reglas lingüísticas en general, sino a un conjunto de reglas específicas que se les ha enseñado a obedecer. McWhorter ofrece un par de directivas típicas: «No digas menos libros, di menos libros» y «Di que Billy y yo fuimos a la tienda, no que Billy y yo fuimos a la tienda». Esta estrecha noción de la gramática ha dado lugar a un peculiar esnobismo: cuanto más oscura y aparentemente compleja es la regla gramatical, más tendemos a afirmar su importancia y a estimar a quienes han conseguido dominarla. «La gente respeta la complejidad», escribe McWhorter. Su acomodación sonriente y en cierto modo subversiva a este fariseísmo consiste en destacar las formas en que el inglés negro es más complejo que el inglés estándar.
Una de estas formas -la más fiel, debo añadir, a mi propia experiencia del idioma- es el uso de la palabra «up» junto con un lugar. Los aficionados al hip-hop pueden reconocer esta construcción en el estribillo de la exitosa canción del rapero DMX «Party Up (Up in Here)»: «Y’all gon’ make me lose my mind / Up in here, up in here / Y’all gon’ make me go all out / Up in here, up in here», etc. McWhorter, en su papel de paciente exégeta del poeta tonal, examina varios casos de uso y se decanta por la idea de que, en este contexto, «up» transmite la intimidad del entorno que califica. La frase «We was sittin’ up at Tony’s», según McWhorter, «significa que Tony es un amigo tuyo». Se trata de una lectura ingeniosa y convincente, y McWhorter la lleva a cabo de manera pícaramente forense, demostrando su tesis de que, en algunos aspectos, el inglés negro tiene «más marcha» que el inglés estándar. Este último carece de un «marcador de intimidad» tan sucinto como el «up» del inglés negro, y alguien que estudiara el inglés negro como lengua extranjera tendría dificultades para averiguar cuándo y cómo desplegarlo.
El pasaje sobre el «up» es característico de los puntos fuertes de McWhorter como escritor. En los años que ha dedicado a popularizar las ideas gestadas en los pasillos de la academia, ha perfeccionado un estilo de prosa amable. Algunas de las frases de «Talking Back» parecen diseñadas para promulgar el enfoque suelto y democrático de su autor hacia el inglés, y hacia el lenguaje en general: las preposiciones al final de la frase se acomodan felizmente junto a los usos del singular «ellos». Esta inteligente despreocupación es la fuente del considerable encanto del libro. También ayuda a McWhorter a pasar por alto los aspectos del inglés negro que no pueden explicarse tan alegremente.
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